Sillón de viento

“De vivir como niña asombrada, que vive imaginando cascadas”—Silvina Estrada  

       Ser primeriza es un privilegio. Se aprende con los sentidos conscientes, se experimenta por primera vez lo inimaginable y se graba la voz del querer a volver a hacerlo, si ha sido toda una sorpresa. Porque las grandes vivencias llegan sin anunciarse para suspender la urgencia. Para que el tiempo se mida menos y se respire más; ofreciéndole al murmullo del silencio que ocupe su espacio. Caminar por el oeste me hizo entender que cualquier minutero olvida su función estando allí. Fue despertar a un paraíso que dormía en mi ignorancia.

Con el crujido de madera bajo mis pasos  y con la mirada curiosa, descrubrí por primera vez el paracaidismo sentado. Y como la niña que habita en mí se emocionó… tomó fotos, disfrutó la vista y notó su regreso con las pupilas dilatadas; creyendo que alguna vez regresará a ese lugar, aún sin haberse ido, para notar la maravilla del salitre y la frontera entre lo que vivimos y soñamos. 

          Sentarse en el aire es de personas osadas; de quienes eligen confiar sin exigir suelo firme. Detienen la agenda, siempre tan ocupada, de otra manera. Con los pies flotando, con el cuerpo liviano, con el corazón abierto y con la sensación de libertad rozándoles la cara. En el equilibrio imposible, ¿se puede ser? En la soledad acompañada de una misma, ¿se ordenan las ideas?, ¿surgen nacimientos? Quizás cuando lo experimente —si algún día elijo esa forma de osadía—, tendré respuestas más claras. Por ahora, intento apalabrar aquello que no entiendo e imagino que me tocará experimentarlo con todo lo que soy. 

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Con la piel descubierta